sábado, 18 de abril de 2009
Escrito XV
Ver el mundo desde adentro no es agradable.
Ver el mundo desde adentro es dejar pasar la vida, sentir que me deja atrás.
El humo llena los pulmones, el alcohol recorre la sangre, y yo colgada en la ventana, tras las rejas que he marcado, a la espera del frío de la noche.
El reloj que quema, a la par de un corazón frustrado y encerrado, resguardado del dolor que hay afuera, pero no de aquel que él mismo genera.
Cuántos días, cuántas noches vi correr, reposando en el silencio de la soledad.
Dónde encontraré la llave, por dónde está la salida.
No lo sé.
Las ansias de correr en libertad son cada vez mayores, pero quien me encierra no desea liberarme.
Por temor, por rencor, por despecho y por dolor, ha decidido ampararme.
Pero yo, desde aquí, sólo pienso en escapar.
Encontrar de una vez los ojos infinitos de la noche, su nacer, su agonía, y su nuevo despertar, por el resto de mis días.
Ir en busca de esas flores amarillas que, ya lo sé, jamás caerán sobre mí.
Pero sigo aquí sentada, pero sigo aquí atrapada, sin lugar al que correr, ni una mano que tomar.
Ver el mundo desde adentro me ha convertido en un desecho, en algo sin sentido.
Escrito XIV
Un atisbo de luz
Y tus ojos me traspasaron por completo.
Lágrimas brotaron de inmediato
¿quién era ese ser?
Tus manos sintiendo el frío,
La distancia del olvido.
Querías verme llorar
Para poder abrazarme una última vez,
Para decir que todo estaba bien.
Jamás ocurrió eso, yo estaba más allá
¿quién eras, qué querías?
Nunca pude recordar.
Mirada perdida, aguardando el final.
Era tarde para todo,
No podía sentir ya
Ni mi propia soledad.
Me soltaste y, poco a poco, te alejaste de mí,
Así fue que te vi partir
Pero nunca más regresar.
sábado, 14 de marzo de 2009
Escrito XIII
Me cansé de ser, me cansé de estar
ya no hay nada que me invite a seguir.
Sonrisas, quiero ver sonrisas
sonrisas a mi alrededor.
Mentira, mentira, mentira
quiero vivir en la mentira
deseo respirar de una vez la ficción de la verdad.
Y dormir, dormir y no despertar
y caminar, sin mirar atrás.
Sentir el agua mojar mis pies
ver los árboles danzar en armonioso compás con el viento.
Disfrutar.
Sentir el calor del sol
para que queme la lluvia en mi interior
para que la tormenta destruya todo a su paso.
No quiero la felicidad
quiero ser feliz.
ya no hay nada que me invite a seguir.
Sonrisas, quiero ver sonrisas
sonrisas a mi alrededor.
Mentira, mentira, mentira
quiero vivir en la mentira
deseo respirar de una vez la ficción de la verdad.
Y dormir, dormir y no despertar
y caminar, sin mirar atrás.
Sentir el agua mojar mis pies
ver los árboles danzar en armonioso compás con el viento.
Disfrutar.
Sentir el calor del sol
para que queme la lluvia en mi interior
para que la tormenta destruya todo a su paso.
No quiero la felicidad
quiero ser feliz.
martes, 10 de marzo de 2009
La Carta
viernes, 20 de febrero de 2009
Qué!?
Resulta que uno va caminando por la calle, meditando sobre la inmortalidad del cangrejo, hasta atreveríame a decir que uno espera el colectivo, cuando pasa un señor elegantemente vestido, portando un perro, un sifón de soda casi vacío y una campera bajo el brazo y nos comenta al pasar, nada más ni nada menos que la verdad de la milanesa. ¿Cuál es nuestra mortal y humilde reacción ante este heroico acto? Ir a nuestras casas, tomar todas las porciones de carne rebosada que encontremos, arrojarlas al tacho y resignarnos a no volver a ingerir más tan delicioso alimento. La pregunta es: por qué no ayudar a la pobre milanesa a cambiar su verdad.
Ante este infortunado hecho, nos encontramos con una bolsa de alcauciles sobre la mesa de la cocina. Con la mayor de las suavidades posibles, tomamos el más lindo de ellos, lo miramos fijo, suspiramos de amor y luego le decimos, en un susurro: lo único que deseo en esta vida es tener tu corazón. El alcaucil se sonroja y allí comienza nuestro romance con el mismo.
Mientras yo invierto mi valioso tiempo en escribir cosas tan importantes y cargadas de sentido, tanto intelectual como emocional, mis ideas se suben una por una a un banquito de madera con una pata floja y van saltando, pobrecitas, con la soga atada al cuello. Razón por la cual puedo aventurar la sofisticada conjetura de que las ideas no se matan, sino que, al igual que un escorpión en un círculo de fuego, se suicidan.
Ante este infortunado hecho, nos encontramos con una bolsa de alcauciles sobre la mesa de la cocina. Con la mayor de las suavidades posibles, tomamos el más lindo de ellos, lo miramos fijo, suspiramos de amor y luego le decimos, en un susurro: lo único que deseo en esta vida es tener tu corazón. El alcaucil se sonroja y allí comienza nuestro romance con el mismo.
Mientras yo invierto mi valioso tiempo en escribir cosas tan importantes y cargadas de sentido, tanto intelectual como emocional, mis ideas se suben una por una a un banquito de madera con una pata floja y van saltando, pobrecitas, con la soga atada al cuello. Razón por la cual puedo aventurar la sofisticada conjetura de que las ideas no se matan, sino que, al igual que un escorpión en un círculo de fuego, se suicidan.
jueves, 19 de febrero de 2009
Pedacito de Hoja
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